Mientras uno es marido sin más, los besos de la parienta están asegurados. Cuando esa etapa pasa a formar parte del pasado y nace el primer hijo, la calma que precede a la tempestad desaparece. La mujer encuentra la forma de comparar nuestros besos...con los del niño que a aparecido en nuestras vidas. Y este se interpone entre tú y los besos de ella. En este momento, la única salida posible para la recuperación del terreno perdido está en un buen apurado en el afeitado...jejeje

Al menos es lo que cuentan los de Wilkinson.